El "aun nos falta adaptarnos a la segunda división" no deja de ser un típico tópico de inicio de campaña, un salvavidas para los malos entrenadores y para los peores jugadores, un estereotipo manido y desgastado que año tras año atendemos como clásica escusa para los equipos recién descendidos de la "liga de las estrellas" estrelladas.
Este año, nuestro Zaragoza, se adaptó a la segunda con la llegada de Víctor al banquillo, como si de una terapia de choque con incierto final fuera. Ha hecho falta un Víctor Muñoz con sentido común, y mucho sentido Zaragocista, para darse cuenta que este equipo, con escasísimos y quebradizos mimbres, no da para mucho mas que para lanzarse al barrizal a pecho descubierto, pelear de tu a tu con los que ya habitan por costumbre en el barro, y jugar la lotería de los partidos a cara de perro. Tan fácil en esta categoría es ganar como perder, la diferencia son detalles nimios, la misma suerte o una ráfaga de aire, pero no cabe duda que con el esmoquin, con miedo a ensuciarse, las ráfagas de suerte, aire o sol siempre miran al contrario.
El Zaragoza ahora ya juega como un equipo de segunda, incluso diría que como un mal equipo de segunda, pero hay muchos tan malos, o peores, que nos miran desde muy arriba, y a poco que les acompañen las ráfagas, igual festejan el ascenso prematuramente; eso si, de barro hasta las cejas.
Este equipo juega mal, pero se desenvuelve en el barro y, sobre todo, transmite algo; HUELE A SUDOR
¡SI SE PUEDE!
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